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20/11/16

El actual sistema educativo: descripción y experiencia personal

Como individuo, soy una ciudadana europea del siglo XXI que, no obstante, ha sido educada de acuerdo con un obsoleto sistema educativo ideado a finales del siglo XVIII: el modelo prusiano. Basado en el despotismo ilustrado, el modelo prusiano fomentaba la obediciencia, la disciplina y el autoritarismo para crear un pueblo dócil y controlar las revoluciones sociales. Bajo los ideales de la educación gratuita, pública y obligatoria, el modelo prusiano fue tomado por un buen número de naciones modernas y fue adaptado a las necesidades de la nueva sociedad industrial.


Durante el siglo XVIII, en el contexto de la Revolución Industrial, comenzaron a regularse los sistemas educativos. El objetivo era preparar a los trabajadores que luego estarían a cargo de las cadenas de montaje en las fábricas; individuos que hacían lo mismo una y otra vez durante muchas horas al día. La escuela que se inventaron seguía este patrón: todos los niños repetían y repetían los mismos conocimientos, un proceso estandarizado y lineal en el que se les enseñaban las materias que se condieraban útiles para la recién nacida economía industrial. En esencia, este es el modelo que ha perdurado hasta nuestros días.

Como Punset señaló en su programa Redes (aquí) dedicado a la educación, el sistema educativo actual de Occidente es anacrónico, puesto que, mientras que la sociedad ha evolucionado a una gran velocidad, este se ha mantenido anclado en el pasado. Así, los avances científicos y tecnológicos han hecho que pasemos de ser una sociedad industrial, basada en la producción masiva de objetos, a una sociedad de servicios y de información, en la que el motor son las ideas y la creatividad, la capacidad de inventar oficios más acordes al siglo XXI. Además, los descubrimientos científicos nos han permitido conocer mejor cómo funciona nuestro cerebro, el órgano encargado del aprendizaje, y descubrir algo que los griegos ya sabían: que no aprendemos repitiendo de memoria, sino haciendo, cuando nos emocionamos. 

Y, sin embargo, seguimos aprendiendo de forma memorística por repetición, enfrentando los conocimientos científicos y técnicos a los saberes humanísiticos, marginando por completo las destrezas artísticas, acabando con la creatividad de los alumnos, fomentando la competitividad y olvidando el aprendizaje social y emocional. A mis veintitrés años, tras inventir diecinueve en mi educación (Educación Infantil, Educación Primaria, Educación Secundaria Obligatoria, Bachillerato, Licenciatura y Máster), puedo afirmar que el sistema educativo actual no estimula la educación personalizada, no potencia el desarrollo de cada individuo y no estimula la pasión, la creatividad, la energía, el talento; tan solo se centra en la formación de trabajadores que resulten rentables para la sociedad.

«Las escuelas matan la creatividad», señalaba Ken Robinson en su célebre charla TED, donde el educador ponía de manifiesto la necesidad de que el sistema educativo conceda la misma importancia a la creatividad de los alumnos que a su alfabetización. 


Según Robinson, el sistema educativo se basa en una jerarquía de materias en la que arriba están los saberes científicos y técnicos, luego las humanidades, y abajo las artes. Los dos primeros niveles constituyen las consideradas «habilidades académicas», y son los más valorados porque resultan útiles para formar trabajadores, mientras que el último nivel queda escapa de esta buena consideración. De acuerdo con esta jerarquía, y siguiendo el modelo educativo de la Revolución Industrial, aquellas materias que no contribuyen a formar trabajadores son excluidas: «no toques música porque no vas a ser músico», «no practiques arte porque no vas a ser artista».

Coincido con Robinson en que, a medida que avanzan en su formación, los alumnos van perdiendo su creatividad. Aquellos alumnos con habiliadades para la música, la danza, el pintura, la interpretación, pero con dificultades en las materias académicas, experimentan un proceso de frustración que les lleva a creer que no son inteligentes porque en lo que eran buenos en la escuela no fue valorado o fue estigmatizado. Considero, por tanto, que hay que transformar la escuela de arriba abajo. Necesitamos un sistema educativo que mediante el aprendizaje social y emocional fomente la educación personalizada, que potencie el desarrollo de cada individuo, que estimule la pasión, la creatividad, la energía, el talento, etc.; pero también que forme ciudadanos felices, para lo que necesitamos realizarnos y desarrollarnos, descubir y cultivar aquello que nos motiva y nos hace sentir bien.

Para terminar, me gustaría recoger la carta de un profesor a los padres de sus alumnos, que se ha hecho viral en los últimos meses en las redes sociales:
Estimados Padres:
El semestre de sus hijos está próximo a terminar y las notas finales serán reveladas pronto. Sé que están ansiosos por saber su desempeño, pero recuerden que entre todos nuestros estudiantes hay algunos artistas que no necesitarán comprender mucha Matemática, empresarios que no se preocuparán mucho de la Historia o Filosofía, músicos cuyas calificaciones en Química tal vez no serán las mejores, deportistas cuyas aptitudes físicas serán muy importantes en su disciplina. Si su hijo no consigue las mejores notas no le quite la confianza en sí mismo ni su dignidad. Dígale que está bien, que sólo son notas, que aun así están hechos para cosas grandes en la vida, no les quiten sus sueños y talentos; hagan esto y vean a sus hijos conquistar el mundo.
Ojalá padres, profesores y alumnos tuvieran presente esta idea.